A Estambul tengo que ir ya.
Después de Estambul de Pamuk, ir a pasear al Bósforo se vuelve un muss en esta vida. Y habérsele escurrido a Irfat, estambulí de ensuenio, dispuesto a tenderse en bandeja de plata a la menor senial (y había bastante de dónde, snif) y no haber sido capaz de moverme los dos milímetros necesarios para hacerlo, se torna triplemente imperdonable.
Yo quisiera poder acercarme así a mis ciudades.
martes, 25 de noviembre de 2008
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