viernes, 17 de septiembre de 2010

Reencontrando un hilo

En Alemania hay una cadena de librerías de una editorial independiente que ofrece música y literatura buenas a buenos precios. Me hice a una edición decorosa de la obra completa de Kafka por 10 euros, por ejemplo. Claro que en Hamburgo solía esculcarla más que ahora, pero aquí también la he visto. En una de aquellas sesiones de 2001 en Hamburgo había un libro con este título:

Was man von einigen Leuten nicht behaupten kann
Lo que no puede opinarse de cierta gente.

(cuyo original se titula: Birds of America, otro crimen del traductor de títulos de novelas en alemán. Son puercos. Por ejemplo, a Norwegian Wood de Murakami le pusieron dizque "La sonrisa de Naoko". Lo que menos había en todo el cochino libro).

Costaba 1 euro. Era de una tal Lorrie Moore.
Tenía unas historias maravillosas, femeninas, concisas, tajantes.
La adoré.
No he sabido buscarla más, de preferencia en su original. Tengo una nueva tarea libresca.

(Debiera ponerme más bien a hacer mis tareas en el trabajo que tengo pendientes en vez de tramar proyectos inútiles como estos).

domingo, 5 de septiembre de 2010

Just trying to make the best of it

De cómo el entorno adverso llega a cambiar las perspectivas,
por ejemplo evaluando un bar:

Bogotá,1996: qué espanto que pongan led zeppelin

Düsseldorf, 2010: siquiera ponen led zeppelin

Kurdos

Para mi, el sitio lo puso de moda el Zancudo, el director de tesis de mi entranhable Mitbewohner. Se podía oír musiquita decente en una buhardilla de un edificio viejo, desde hace rato reemplazado por una torre de apartamentos al costado norte del parque de la 42 con cra. 13 en Bogotá. Con los avatares del tiempo el lugar tuvo una época en un garaje sobre la séptima entre la 45 y la 46 (o la 46 y la 47?) En todo caso, aquella y la posterior y postrera locación (still on the 7th avenue, but in a diferent cellar) eran bastante accesibles cuando se vivía en la 48 con 13, con vista al Skylinerprofil Bogotás vom norden. No dejaba de tener algo de "subversivo" el que hubiera un antro / chuzo con un perfil como el de Kurdos, en un local con un inodoro colgando del techo. Además al sitio se llegaba siempre por una escalera con aires de secreta. Aparte de todo lo estético o antiestético o lo que sea que haya podido ser, Kurdos fue una isla de libertad en medio de aquella absurda ley zanahoria de Antanas. La ley se impuso justo cuando llegué al estado ideal para salir a parrandear, twenty something, earning and single. El sitio siempre sobornó a la policía y gracias a ello pude seguirme escabullendo de la casa después de la 1 a.m. Era el tipo de local en el que te sniffaste los únicos soplos de coca de tu vida (o a donde llegaste a capotearlos). Con la salida de la 42 llegó también un tipo de cambio somehow para peor, una pérdida de la frescura original. Tuvo épocas en que estuvo cerrado, para reaparecer en un nuevo local. Lo regentaba un tal Germán, un drogadicto al que se le abona haber mantenido el chuzo en aquellos anhos desolados de la escena bogotana. Nicht zu vergessen, dass ich gerade dort einen gewissen Kike Vivaldi -Colombian celebrevity in the 90's- vernascht habe. Allá también le confesé por primera vez a alguien cercano, a él, mis planes de ir (venir) a Alemania. Hubo épocas siniestras en las que había que estar pendiente de tu propia billetera en el establecimiento. Se compensaban con las after parties en otras locations, algunas más salvajes que otras. En Kurdos (degeneración de DonAlvar, el chuzo se llamó en serio Bar2) me levanté aquel tipo que parecía un personaje de una novela de Mutis, allí llevé a mi legendario gringo y sus paredes me vieron sobrevivir a múltiples amaneceres existencialistas de parrandera hastiada. El sitio llegaba a cansar, pero tan árida llegó a estar la rumba bogotana, que allí regresábamos siempre por mucho que renegáramos. Como ya mencioné, también había razones de cercanía, todo el grupo de amigos era teusaquillo-palermo-chapineruno y era casi que a la vuelta de la esquina. El man Germán, como era de suponerse después de haberlo visto sosteniendo un animado diálogo con un bulto de naranjas podridas en un amanecer de domingo bogotano, acabó mal. Su DJ que lo acompanhó siempre, un tal Hernandito que usaba los espacios faltantes en su dentadura como soporte para su cigarrillo encendido y que no siempre era el más lúcido a la hora de pinchar, no acabó mejor.

En una época llegamos a institucionalizar "el miércoles de perdición", que arrancaba después de ver La Tele, con primera etapa en la Tienda de los Jijuepuercas (alegre cafetería-bar en la 44, en donde podía darse todo tipo de interacción entre oficinistas, pensionados, serenateros, secretarias, emboladores, estudiantes, etc. y con performances tales como cajas de dientes sumergidas en vasos de cerverza o brindis espontáneos por el partido liberal o por Clemencita que cumple anios) y después culminación en el inevitable Kurdos, a renegar pero a sentarnos ahí, como en tantas otras veladas en las que la habíamos pasado tan bien y simplemente no queríamos llegar aún a la casa.

Con todo y todo, menos mal que lo hubo y ojalá siga habiendo equivalentes.