sábado, 14 de noviembre de 2015

Estambul - finally


Es imperdonable que aún no haya dejado testimonio de mi estadía de 10 días en Estambul. La oportunidad se dio en diciembre de 2013, en el que aún tenía más de dos semanas de vacaciones en ese año y estaba absolutamente desparchada para navidad.  La lección que me dejaran una navidad sola en Hamburgo en 2001 y una excursión a Viena para esa fecha en 2003 me previno de intentar pasar esos días en tierras cristianas.  Qué mejor que ir a templar a un país en donde no haya nada de esos embelecos y mejor aún, tener por fin mi añorado tete-a-tete con mi admirada Estambul, otrora Constantinopla, posterior Bizancio, capital imperial a lo largo de milenios.  Saqué valor de no sé dónde y toda espontánea contacté al estambulita de ensueño en Facebook proponiéndole un casual encuentro a tomar café ahora que iba a su ciudad natal.  Que lástima que no podía, vive en algún lugar en Alemania que me doy cuenta ahora de que no registré.  Tengo tan descuidado este blog que había olvidado el registro de ese Sehnsucht que yo ya tenía con esta ciudad.  Pero el encuentro fue tan excitante que puedo dar muy buena cuenta de él incluso casi dos años después.

Obviamente que una ciudad con esa ubicación geográfica no tenía cómo decpcionar las expectativas.  Hace poco topé este artículo del New Yorker: en las obras del Mármararay cuando acababan de extraer los hallazgos del s. VII se encontraron con unos... del 11.000 a.C. Ese sitio es tan estratégico que está condenado a estar lleno de vida desde casi siempre.  Y además hermoso.  La vista desde el Sultanahmet de los dos mares es preciosa. No tuve de otra que enamorarme. Tenía toda la escenografía mental de la ciudad gracias a Pahmuk y de los palacios vía un libro que dejara mi hermano olvidado por aquí de la historia del harén turco, que es la misma del imperio otomano. La belleza de los lugares históricos (es especial de las mezquitas, Santa Sofía por Dios) quita el aliento. Pero el impacto de Estambul fue más que eso.  Su espíritu resultó ser muy fácil de interpretar porque era muy de la onda de la Bogotá que viví.  Era asombroso estar parada en cualquier esquina y sentirme como si estuviera en Bosa, el Restrepo, San Victorino, la Soledad, el 7 de agosto, la 9° en el centro.  Intenté irme caminando de Taksim, la plaza de las manifestaciones, al centro por un camino alternativo a Pera / Galata, nada más para constatar que hay un agujero negro comparable a la Perseverancia en ese trayecto.  En el centro también se veían silleteros, un oficio antiguo en vía de extinción, y su versión más moderna, los carretilleros; emboladores, vendedores ambulantes, pescadores sobre el puente del Gálata, artistas callejeros... En Kadikoy me sorprendieron la vivacidad del mercado, la sencillez y la delicia de un yogurt con miel y el doppelgänger del Centro Cultural del Libro del centro de Bogotá.

También me hizo sus desplantes la condenada.  Foco turístico desde hace décadas -no sabía que algunas reliquias musulmanas aún se encuentran en el palacio de Topkapi, por lo que la ciudad es desde hace marras lugar de peregrinación del mundo musulmán-, casi maldita sea nadie habla inglés. Mucha trampa para turista, no pude evitar caer en una. El primer y único taxi que tomé en ese viaje, desde Taksim hasta mi hotel en el Sultanahmet a mi llegada, no sólo me esquilmó sino que el hijueputa taxista fue muy grosero.  Fui timada en un tour que traté de hacer a Bursa, la que fuera la capital otomana mucho antes de la conquista de Constantinopla, fui víctima del grupo juvenil del medio oriente que decidió mejor irse a esquiar que ir a ver edificios viejos, pero me las ingenié para regresar por mi propia cuenta a Estambul. Todos los hombres nativos que se cruzaron en mi camino -excluyendo el dueño y el portero del hotel- intentaron su lance galante conmigo por el mero hecho de estar paseando sola, menos mal no llegaron a ser atrevidos, pero no dejó de ser, a lo largo de los días, jarto.

Pero con todo la amé.  No dejó de hacerme chistes y guiños, de mostrarme escenas curiosas, paisajes y casas bellos. Tiene muchas librerías y tiendas de artículos de escritura y dibujo, como Praga y Viena. Los títulos en las librerías tenían, además de autores turcos, muchos autores occidentales.  Tomé todo el jugo de granada que pude.  Por supuesto que como todo peñasco que da al Mediterráneo es pura loma, mis rodillas lo resintieron bastante.  Traté de montar en transporte público, ferries incluídos, lo más que pude.  Hubo además dos ferries en el Mármara y el metro por debajo. No dejó de ser extraño tener que cubrirme la cabeza y quitarme los zapatos en las mezquitas, no dejó de indignarme tener que ponerme en la última fila en las mezquitas "normales" (con no tanta presencia de turistas occidentales).  Los cementerios otomanos, que se encuentran por todas partes, me impresionaron: los muertos están enterrados verticalmente y sobre la lápida va la forma del sombrero que el muerto usaba en su oficio.


Algo que se robó mi corazón fue la deferencia que le tienen a los animales callejeros.  Siempre hay comida para gatos por ahí disponible, alguna vez que vi unos perros solos por ahí a sus anchas pensé en "pobrecitos perritos" antes de ver las casas perrunas que tenían en una esquina de un parque. La ciudad me regaló la escena de un hombre en el barrio de las tiendas para rusas (una moda tan gatuna en las vitrinas que los letreros en cirílico eran redundantes) piropear una mujer, patear un gato y acariciar un perro en menos de 20 metros.  Lastimosamente la hospitalidad animal también se extiende a las palomas. 

Fue mi primer paseo con smartphone, como se ve por la relativa abundancia de fotos linkeadas, y con twitter disponible.  Buena cuenta de algunos sabrosos entremeses del viaje quedó registrada ahí.

En 2012 leí la edición hispana de "El museo de la inocencia" de Pahmuk. Estaba a punto de mandarla al diablo porque la chilladera del protagonista con su Füsuncita -la heroína, Füsun- me tenía mareada, pero por casualidad leí en el periódico de la inauguración del museo del mismo nombre en Estambul, complemento de la novela, a cargo de su autor.  El libro tiene en uno de los capítulos finales un bono para ingresar al museo sin pagar mostrando el libro, hay un espacio para el sello del museo. Cómo no que hice buen uso de mi ejemplar

Ahora que estuve en Creta, otro paraje mediterráneo con rastros otomanos también (los otomanos le birlaron la isla a los venecianos en ~1660 y la perdieron a fines del s. XIX), no dejé de recordar y suspirar a Estambul y de tomar ánimos para por fin escribir el reporte que estaba debiéndole a este blog.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Historia con moraleja

Esta historia, aún cuando es de 2012, no ha perdido actualidad.

Mi empleador tiende a adoptar en sus políticas, lemas y objetivos temas de moda y políticamente correctos en el mundo empresarial.  Eso en este siglo XXI es decir "sostenibilidad" y "diversidad".  La "diversity" fue inicialmente enfocada hacia el empoderamiento de las mujeres, por ejemplo fijando políticas de aumentar personal femenino en los puestos gerenciales -una mujer fue nombrada en el consejo directivo, lo cual es todo un especímen exótico en este país godarrio *olvidé mencionar que hay una ley que obliga a eso*- y organizando una red de trabajo femenina.

Una de las actividades iniciales de la red fue invitar a la gerente de diversidad de Ford -la ensambladora más grande de Ford en Europa está en Colonia, a 30 km de este pueblo- a que nos ofreciera una charla.  Sin exagerar fui la única asistente.  Las organizadoras, furiosas, dejaron entonces la decisión del siguiente evento a las demás miembros de la red.

El siguiente evento de la red femenina fue un taller sobre cómo vestirse mejor en la oficina.

Nunca más volví a nada de la tal red esa. Ahora el grupo de diversidad también tiene en cuenta a los hombres que piden licencia de paternidad (Alemania hace progresitos también por ahí), a incapacitados, a gente que hace home office, ah, sí, y a las mujeres también.

Refugiados

Este parece otro país muy distinto del que estaba de fondo en la última entrada de este blog.  Ya nadie se acuerda del vaivén de la crisis de Grecia que mandó la parada europea a principio de año. Desde hace ya no sé cuántos meses el hit de moda en las noticias y en la política -no se sabe cuál manda a cuál- son los refugiados.  No que nos los hubiera antes, sino que las cantidades ya no pasan inadvertidas. Al contrario de lo que pasa con muchas noticias, esta se niega a abandonar los titulares después de meses.  La solidaridad inicial -respaldada por palabras tajantes y precisas de Angie Merkel, lo que fue todo un acontecimiento- persiste en general, a pesar de las peleas entre los partidos, la lentitud de la burocracia, los incendios a hogares y otro tipo de atentados a refugiados, los cretinos que salen a azuzar populacho... y la gente sigue llegando.

Todos mis corresponsales en el extranjero me preguntan por los refugiados.  S., el amigo fan irredento de Hamburgo estaba impresionado con las escenas que vio el mes pasado que estuvo por allá (8 años después S. aún es cliente frecuente de la ruta México - Hamburgo).  Un compañero de trabajo es voluntario de los Johanniter y ya ha ayudado en la mudanza de varios grupos a hogares temporales.  Mi entrañable paisana A., está feliz alfabetizando (!) a un grupo de refugiados en la academia donde trabaja. ¿Y yo? Yo voy juiciosa del trabajo a la casa y viceversa, de vez en cuando voy al centro, siempre en la bici y/o en el transporte público.  Pero así y todo, sólo los veo cuando prendo la televisión.

Update Nov 19 2015:
Por fin llega la realidad a mi puerta. Mañana se instalan los habitantes de un hogar para refugiados construído en las inmediaciones de un equipo de fútbol local ubicado a unos 500 m de mi casa.