Hace dos semanas mis huesitos se pasearon por Hamburgo. Siempre estuve a la expectativa del post que saldría de la visita y de la recogida de los pasos, pero tuvieron que pasar primero algunos días y eso para sacar un post al respecto un poco a la maldita sea. Pero el tema lo amerita, aunque sea nada más por la casualidad boba de que a esa ciudad, en donde entoces vivía, le dediqué buena parte de los primeros anios de este blog.
Aunque no me recibió con la complicidad de viejos amigos con la que recibiera a S. en la última visita que lo vi, sí estuvo querida y se dejó acariciar, hasta ronroneó gustosa y su lloviznita de mierda -que no dejo de comparar con un banio turco frío- me alegró el corazón. Además, justo cuando iba caminando por la Große Freiheit el viernes por la noche, como corresponde, entró una llamada de mi papá al celular, lo que me hizo entrar en una especie de momento shock "tantas-cosas-juntas-no-te-pueden-estar-pasando-al-tiempo".
Sobra decir que me sentí como una princesa montando en trenes limpios y frecuentes y que hablé como lora mojada todos los días salvo el último. Fue un refresco para el alma departir con los viejos amigos.
Extranié a J., pero para él todos los signos de la ciudad que acaricié de nuevo hubieran sido mudos. O al menos eso hubiera dicho.
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