en un rincón,
en un papel
o en un cajón.
Ese lastre que algunos siempre llevamos con nosotros y que incluye diarios, cartas de las amigas, de loe exnovios, fotos y notas de los que alguna vez fueran nuestros amigos y casi nuestra única familia, a veces los últimos rastros de una pista que perdimos seguramente para siempre, postales -me gusta comprar postales de los sitios que visito-, mapas de ciudades, souvenires de viajes -por ejemplo tickets de transporte público de París y de Bangkok, la tarjeta del hostal en donde me quedé, un papelito con mi nombre escrito en árabe y en hebreo...
Desde que me mudé con J. quedaron todas como almas en pena en una caja en el depósito. La caja permaneció cerrada en la sala de Düsseldorf, hasta la semana pasada en que decidí abrirla para sacar su contenido y organizarlo por fin. Después del ataque silencioso, casi inofensivo, del nido de pequeñas cosas que infestaban esa caja olvidada, comprendí que habían perdido su lugar físico en mi vivienda y quedarían condenadas para siempre al depósito, aún cuando no las quiera botar nunca.
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