Para compensar mi desencuentro con la Gorda, el destino puso la visita de S. y L. a Hamburgo en el mismo fin de semana. Claro que fue un gusto ver a los colegas, yo necesito de tales excusas para ir a su encuentro. Lo que me desconcertó un poco fue tanta nostalgia junta de los tiempos viejos, de cuando estaban recién llegados, de cuando tenían más pelo y menos barriga. Como si el gorrión en sus cabezas cantara sin cesar "Those were the best years of our lives".
S. estaba radiante, a pesar de la sonrisa maleva que le dejó un empujón indelicado en la excursión de rigor a la Reeperbahn la noche anterior. Para colmo -ah, Hamburgo, cómo puedes hacerte la querendona- no dejó de encontrarse por casualidad con conocidos en la calle, después de 4 anios de haberse ido y tan sólo 24 horas después de haber regresado.
S: "Por muy contentos que estemos en nuestras vidas, algo nos hace falta".
Sí, de acuerdo. Salir del laberinto que Hamburgo les puso a algunos en el corazón. Aunque la tropilla reunida y la cerveza que fluye todo el tiempo no ayuden mucho.
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