Un sinónimo de haber llegado a cierto grado de madurez ha de ser el dejar de aventurarse. Yo no fui de las que poco se arriesgaron. Para nada. Hice bastantes disparates. Pero ahora simplemente ya no me sale del alma hacerlos. Ya no, me es imposible seguir siendo insensata, ni siquiera con la mejor de las voluntades.
Del mismo modo ya no estoy dispuesta a fajarme películas con dramonones horribles o de esas bien amargas de Lars von Trier (tengo el DVD de Manderlay y desde hace no sé cuánto llevamos haciéndole el quite para seguirlo no viendo). No fui capaz de seguir viendo Butterfly Effect. Tampoco fui capaz de seguir viendo Hedwig and the Angry Inch. No he llegado al extremo de exigir solamente finales rosas, no, al menos aún no. Pero ya no me la pongan tan difícil, la realidad ya es de por sí bastante infeliz. Si uno no fue a ver a Passolini antes de los 25 ya no lo vió en su vida.
lunes, 2 de julio de 2007
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1 comentario:
es verdad, otro ejemplo sería que uno prefiera quedarse en casa a ise de juerga ciertas noches.
¿madurez o vejez?
Tal vez vayan de la mano.
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