viernes, 9 de febrero de 2007

Razón 11 para no tener un blog (con moraleja)

Hace poco traje a colación una entrada anterior sobre las 10 razones por las cuales hay más bloggers en Irán que en Alemania para ilustrar por qué por estas tierras germanas los blogs no han trascendido mucho. La siguiente historia deja entrever nuevos peligros y razones para mejor desistir de un blog.

Como muchos otros parroquianos, algunos bloggers ilustraron sus entradas o sus gráficas usando fotos encontradas en un sitio internet de recetas -por si acaso, se llama "Recetario de Marion", en alemán. Más adelante van a ver por qué ni lo linkeo-. Al cabo de los meses, les llegó una carta de una oficina de abogados. Allí les decían que habían violado flagrantemente los derechos de autor de la página de recetas -su cliente-, pues habían usado sin autorización las fotos que con tanto esmero había hecho (los casos reportados usaron la foto de unos panes y la foto de un pedazo de carne). Si no querían enfrentarse a un juicio en un tribunal, tenían que pagarle al abogado la módica suma de 200 euros para zanjar el asunto.

El blogger del caso que seguí (el que usó la foto de la carne) no se dejó amedrentar. Se fue con su abogado a los tribunales. Vino la definición de la jurisdicción: el libro de recetas está radicado en Hamburgo, el blogger vive en Frankfurt. Se decidió que el proceso tendría que hacerse en Frankfurt. El abogado del recetario apeló la decisión e insistió en que el proceso se ejecutara en Hamburgo, más específicamente en el juzgado 43, puerta 5*, pero la instancia superior ratificó que el proceso debía ser en Frankfurt. Sin embargo, curiosamente el recetario insistía en el juzgado 43, puerta 5 de Hamburgo. Intuyendo el gato encerrado, el blogger se puso a buscar: el recetario y su abogado ya tienen una docena de casos en su haber, todos cortados con el mismo patrón y todos fallados a su favor por el juez 43 de Hamburgo. O sea, algunos miles de euros (rondando la decena) ganados así, nada más jorobando la vida y haciendo rabiar a los demás.

Lo peor es que los bloggers no tienen cómo decir que no estaban "usufructuando" -mil perdones, soy una humilde ingeniera, ninguna abogada- las fotos del recetario. Pero es justo tener que pagar 200 euros por usar la foto de un pedazo de carne? Y que cualquier vecino se enriquezca mortificando a los demás por eso? Sin hablar de cuánto le cuesta al estado toda la tropelía: trabajo y tiempo de jueces y funcionarios en estas pequenyeces, con tanto criminal de veras suelto.

La escena bloggera ha sido solidaria con los afectados y ha insultado vehementemente al recetario en los comentarios de los blogs implicados. El recetario ha sido tan descarado de exigir a los demandados la eliminación de esos comentarios -contrariando uno de los principios más sagrados del blog: allí hace uno lo que la gana se le dé-. Los bloggers no han tenido de otra que seguirle la cuerda, para no echarle más gasolina al fuego. Y ahí va el asunto.

Esas son algunas de las aventuras que pueden vivir los bloggers por aquí. Igual percibo algunos rasgos típicos alemanes, pero creo que todos estos aspectos de la Net 2.0 los estamos aprendiendo todos en todas partes. Y la moraleja: si hay un aparato judicial que sirva, abogados avivatos, y algo de mala suerte, de verdad que lo pueden jorobar a uno. A pararle bolas a la carreta de advertencia de Blogger sobre cargar imágenes.


*: los números del juzgado y de la puerta son ficticios, por si acaso.

3 comentarios:

patton dijo...

LA madre, pero ese abogado debe tener un ancestro paisa...

Saudade dijo...

Costeño, diría yo.

Lanark dijo...

La sacrosanta propiedad sobre la información. Sospecho que tomarle una foto a un pan y a un filete no le costó un cochino centavo de euro, a lo mejor el malparido también las plagió de alguien menos vivo que él.

No se si deleitarme en la siguiente elucubración se a incitar al terrorismo, pero yo le pondría un cristalito de ácido fenilacético debajo del tapete de la entrada de la casa al juez de Hamburgo, tinterillo infame que le hizo los cuartos al ladrón ese. Y Marcelius sabe cómo puede el inocente cristalito amargar la vida.