martes, 24 de abril de 2007

El pasado no perdona

Este país tiene, como bien se sabe, un pasado reciente bastante turbulento. El estado de borrón en el que quedó después de la guerra le permitió decir "cuenta nueva" con sobrada holgura. Y hubo los golpes de pecho, los juicios de Nürnberg y el milagro económico. Y todos tan contentos.

Pero con todo lo borrón que estaban y lo cuenta nueva que lo intentaron, también hubo mucha mugre que quedó bajo el tapete. Inevitable, diría yo. La verdad extrema hasta las últimas consecuencias es algo más o menos imposible para los humanos, tan frágiles, de tan corta existencia. La nueva clase dirigente del país que salía de las cenizas era en buena parte la burocracia nazi. Cientos de funcionarios grises, que también habían participado de la manera más consciente de los crímenes del régimen, se sentaron después como jueces, gobernadores, políticos. Ni hablar de muchos industriales que se beneficiaron durante la guerra con el trabajo forzado de los prisioneros de los campos de concentración y jugosos contratos fabricando armas, que después de la guerra siguieron enriqueciéndose -y generando empleos e impuestos, claro-.

Hace dos semanas murió uno de esos dinosaurios. El senior fue gobernador del estado de Baden-Württenberg por largo tiempo, hasta fines de los 70 cuando algún folio escondido de su hoja de vida salió a relucir: el senior, en su calidad de juez en aquellos nefastos tiempos nazis, había firmado la sentencia de muerte de un desertor del ejército. En el discurso fúnebre, el actual gobernador de ese estado no dudó en elogiar el compromiso antinazi del difunto. Ahí fue Troya y tanto jorobaron y jorobaron (los de la oposición y los del propio partido: sobra decir que los dos gobernadores en cuestión son godos -el sur es godo y católico en Alemania- y hasta la mismísima Angie metió cucharada en el asunto) que al gobernador le tocó salir a retractarse más de una vez, hasta que por fin dejó medio contentos a los quejumbrosos. La historia no es para nada trascendente, pero muestra cómo ni el saldón de cuentas más meticuloso alcanza a depurar toda la verdad ni a sanar todas las heridas ni siquiera dos generaciones más tarde (60 anios).

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