martes, 22 de agosto de 2006

Soledades en Hamburgo

Hace unos 9 anios llegaba un estudiante egipcio a Hamburgo, un poco desterrado por la familia que lo mandaba a estudiar lejos para que no siguiera avergonzándolos más con su flaco desempenio en las universidades locales. Hace 7 llegaba una latinoamericana a Hamburgo, traída por el azar y con ganas de comerse al mundo de un mordisco. Hace 6 llegaba otro estudiante egipcio a la misma ciudad, tratando de ponerle tiempo y distancia a un desamor -las love story egipcias son bastante telenovelescas, porque para que comiencen tiene que haber compromiso matrimonial de por medio... bienvenidos a las sociedades conservadoras orientales-.

El primer egipcio se encontró a sí mismo tan desparchado, tan aislado y tan desubicado que se fue a la mezquita a ver sí allí sí podía hacer amistades. Después de un romance psicótico con el hombre correcto pero en el momento falso, la latina ingresó a la universidad, en donde los nuevos companieros y las clases distrajeron un poco su soledad. El segundo egipcio intentó ser invisible durante los primeros meses de su estadía y como buen árabe, tenía como único tema la política en el medio oriente. El primer egipcio no sólo encontró en la mezquita las anheladas amistades, sino el camino a la verdad y la vida. O a la muerte. Cuando la latina andaba dando tumbos, después de haber bailoteado en casi todas las discotecas de Hamburgo y en no pocas habitaciones de la misma ciudad y el segundo egipcio se esmeraba en seguir conservando su perfil invisible, Egipcio #1 se reventó en un avión contra las Torres Gemelas, rumbo a su paraíso y a sus 72 vírgenes. La latina trató de ajuiciarse involucrándose en una relación desesperanzada con alguien que materializaba la ambigüedad. El egipcio sobreviviente se desordenó -se le vió incluso en festivales de rock-, convertido en el alma de la fiesta, quizás en el afán de despistar a la policía secreta, el FBI y quién sabe cuántos más que andaban tras de él por la desafortunada coincidencia de estudiar en la misma universidad de su ya tristemente célebre paisano.

Latina y egipcio siguieron haciendo un doctorado, ya sin la companhía amortiguadora de los companieros de máster y residencia estudiantil, adentrándose cada uno en sus laberintos solitarios. Ella seguía saliendo y tentando al destino, incapaz de oponerle resistencia a las noches que la atraían con sus oropeles cool, sus galanes efímeros, sonriendo triunfante y feliz mientras veía amanecer en los amanecederos pero con la certeza de que no había ni cuerpo ni dignidad que resistieran. El, ya sin camarilla que le celebrara la metamorfosis de musulmán creyente a parrandero, retornó a la invisibilidad, entregándole todo su tiempo y toda su energía nada más que a su disertación, en una demostración de abnegación y estoicismo sin par: estuvo dos anios y medio compostando mierda humana con gusanos. La latina finalmente cayó en los brazos de su actual marido, que la vino a rescatar de la decadencia y la puso a hacer ejercicio. Actualmente busca empleo, dispuesta a abandonar una ciudad que, aunque pródiga en buenos momentos, buena rumba y bellos paisajes, se ha mostrado más bien mezquina de corazón, si es que las ciudades pueden tener uno. El egipcio regresó a su Cairo natal el día en que Israel comenzó el ataque a Líbano. Se presume que sigue allí.

1 comentario:

patton dijo...

compost de popis de uno? Coño!

... y luego hay queines dicen que son aburridos en esos países!!!