Para no dejar un tema tan desamparado y desengüesarme de una sarta de historias que siempre cuento.
A lo largo de muchos años he tenido momentos en los cuales un tema decide encontrarme. No es que yo lo busque a él, sino que él me encuentra. Es así como durante una temporada acabé viendo cuanto documental de National Geographic y cuanta película de vampiros pasara por cualquier pantalla (películas, televisión, videos, cine clubes, libros) sin yo buscarlo. Otra temporada, anios después, sería con gays. No hubo libro que no leyera o pieza de teatro o exposición a la que yo no asistiera y no tuviera que ver con el tema. (Que conste que a mis amigos gay los vine a conocer después de esa fase). Poco después me sorprendí a mí misma convertida en toda una orientóloga: estaba en un curso de Tai Chi y en otro de Shiatsu y leía libros de Feng Shui y del Tao de la salud y del sexo.
Por la misma época gay también tuve otro encuentro cercano pero de otro tipo. En las páginas de El fuego secreto me encontré con la descripción de varios parajes bogotanos en los que resultó haber transcurrido mi infancia. Para quienes no conozcan la novela de Fernando Vallejo, El fuego secreto es la segunda parte de una trilogía autobiográfica. En esta parte el joven protagonista paisa hace su feliz arribo a la capital y -entre otros- no hay olla gay en la que el hombre no se meta. Y justo por esas calles era donde vivían mis padres. Fue toda una revelación, porque uno de niño no se da cuenta de esas cosas. Las mujeres extrañas que le decían con voz de hombre cosas a mi papá cuando salíamos de comprar la leche y el pan en la cigarrería siempre me parecieron un poco raras, pero nada más.
Aquí en Alemania el asunto se apaciguó y cuando se anima a aparecer, lo hace con temas extranjeros. No sé cómo explicarlo, pero a mi las primeras novelas de Zadie Smith me encontraron, yo no las busqué. Y ahora, las referidas autobiografías póstumas, que son de autores latinoamericanos, claro.
miércoles, 23 de septiembre de 2009
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