jueves, 17 de julio de 2014

Naturaleza - La tormenta


Tormentas las hay con cierta frecuencia en verano en este valle del Rin, pero aquella que hubo el lunes de pentecostés pasado a fines de mayo, que fue festivo, será recordada por mucho tiempo por lo fuerte que fue y los daños que dejó. En Düsseldorf fue donde hubo más daños. Dijo alguna estadística que uno de cada 4 árboles fue arrancado de raíz o quebrado. Hubo 6 muertos en la ciudad, 4 de ellos por refugiarse en una "casita de huerto" -la parcela /huerto con casita, otra especialidad alemana- a la que le cayó un árbol encima. Más de un mes después los parques aún parecen recién salidos de una guerra y se ve un montón de árboles descuajados de raíz tirados por todas partes.
El tráfico de la región Colonia-Düsseldorf-Ruhr estuvo paralizado durante días después del evento, muchos tuvieron que tomar vacaciones forzadas o llegar caminando al trabajo porque literalemente no había cómo circular.  Hasta hace poco algunas ciclorutas aún estaban intransitables. Casi no hubo nadie que yo conozca que no reportara daños en su casa / propiedades: oí de macetas quebradas, tejas voladas, ventanas rotas, jardines destrozados, carros aplastados por astas o troncos, pero menos mal no de lesiones personales.

Yo no tuve nada que reportar, aparte de 4 días sin internet en la casa por culpa de un rayo que achicharró la caja de conexiones de mi zona.  Pero yo, a diferencia de todo el mundo con quien he hablado y que estaba muy juicioso en su casa en la velada de aquel lunes festivo, estaba callejeando en la bicicleta.  Fue por fuerza mayor: aunque veces me falte lucidez, no soy tan estúpida para haber salido esa tarde con semejante cielo tan negro sin una buena razón.  Recuerdo haber pensado que por fin había condiciones de luz "normales" cuando vi en un reloj en la calle que eran casi las nueve y estaba totalmente oscuro.  "Normal" es en este caso como en latitudes ecuatoriales, a mi animalito interior aún le parecen increíbles los días largos en verano y las noches eternas de invierno.  Tuve suerte de encontrar un buen refugio cuando se desgajó el aguacero y pasé unos 50 minutos bajo un puente de ferrocarril.  Las cortinas de agua caían espesas, iluminadas cada tanto por los rayos.  El viento se puso a soplar al rato de haber comenzado a llover, era de locos ver cómo zarandeaba todo lo que estuviera a su alcance. Cuando algún carro pasaba ilumninando su paso, se veía como una escena de fin del mundo.  Pensé que había alcanzado a hacer más de un video, pero esto fue todo lo que encontré finalmente en el celular:

Cuando amainó la lluvia decidí proseguir.  Lo que vi bajo el puente no permitía adivinar de ninguna manera que encontraría el camino intransitable, lleno de árboles y ramas caídos.  El viento todavía soplaba tan fuerte que por momentos alcancé a sentirme arrastrada y a perder el control de la bicicleta.  Por fin me dio miedo cuando vi que seguían cayendo rayos cerca de mi trayecto.  Me sentí toda una sobreviviente cuando abrí la puerta de mi casa.

Llegando a mi calle vi dos cosas extraordinarias:  una, no había alumbrado público y la segunda, la más rara, la gente del vecindario estaba a esa hora (sería eso de las 10 pasadas) volcada en la calle evaluando daños, tratando de mover troncos, conversando, interactuando entre sí.  Fue mucha más interacción de la que se vio en la madrugada del lunes pasado después de la final del mundial de fútbol.  El lunes pentecostal de 2014 nos quedó grabado a los düsseldorfeños un poco a su modo como el 11 de septiembre de 2001 a todo el mundo.

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