Impresiones de un viaje, un año y varios meses después:
Camboya es un país muy bonito, saliendo adelante, rebuscándosela, digno en medio de su pobreza: muy pocos mendigos y casi ningún indigente.
Asombroso lo democrático que ha sido la expansión de los teléfonos celulares, allí también vi MUCHAS personas con un cacharro de esos.
Y con los nuevos celulares, el internet: wifi free en todas las acommodations, en la casa campesina en la aldea o en la villa de pescadores quizás ya no, pero de resto por doquier.
La comida es deliciosa, no lo esperaba. Pensé que jamás probaría de nuevo el sabor de un plato cocinado con leña, pero Camboya me brindó esa sensación de nuevo en mi vida. Tampoco esperaba que se comiera tanto chanchito, dizque son budistas.
Los templos de Angkor son preciosos. Me encantaba ver la sucesión de puertas en perspectiva en algunos pasajes de los templos y percibir a la naturaleza viva, inclemente, reclamando lo que fuera suyo. Qué quedó de aquellos señores poderosos. "But now all is gone" fue una de las frases que el guía camboyano más repitió a lo largo del viaje. Era un chico bastante avispado, inteligente y simpático -don't mean handsome-. No tuvimos para nada incovenientes con él Muy abierto, nos contó sus experiencias durante la guerra civil de los 80s-90s (tiene 32 años y no tiene una falange de un dedo por culpa de la guerra. No fue una mina -a Dios gracias- sino que la guerrilla de Pol Pot incomunicaba a los pueblos destruyendo infraestructura y atacando a los pocos que se aventuraban. Por eso no pudo llegar oportunamente a un hospital que obvio no había en su pueblo).
Como fue paseo organizado por una agencia para un grupo, pues este asunto de estar 2 semanas "confinados" en una serie de actividades (algunas de ellas tipo reality show en la selva, como una pernoctada en un solo cuarto en una casa campesina y en una casa de pescadores sobre palafitos con un hijueputa gallo cantando desde las 4 am y compartiendo una letrina y una ducha de echarse agua con un cuenco de plástico) con otros 7 desconocidos y una amiga con la que nunca había salido de viaje fue también bastante intenso. Hubo buena suerte y fuimos un grupo homogéneo, die Leute haben brav mitgemacht (todos puntualitos y cooperando), nos llevamos bien entre todos. Hasta diría que me enriquecieron el paseo.
También había una guía alemana, una chica que vive en la región y trabaja siendo guía de tales viajes. Se portó bien conmigo, me apoyó en un momento en que fui "atacada" (por decirlo así) por parte del austríaco del paseo - releo la frase y aunque así fue, siento que tengo que aclarar que no fue ataque físico-; teníamos en común con ella el estar entre dos mundos, tenía puntos de vista interesantes y afines, pero también se gastaba su geniecito, especialmente por las mañanas, y tenía casi a diario unas reacciones que eran feas de ver (insultar a los meseros, hacer comentarios desobligantes o reclamos que podrían ser hasta justos pero regañando groseramente, etc.). Uno tiene derecho a levantarse con el pie izquierdo de vez en cuando, pero no tan seguido.
No solo vi arrozales verdes sin fin -el arroz aún no está maduro-, sino también por fin otra vez la Vía Làctea.
El colonialismo fue una mierda pero gracias a él es que se puede desayunar café, baguette y croissants en Camboya.
Disfruté de la naturaleza del trópico, vi luciérnagas, manglares, insectos, selva.
Mi par de sandalias hand made que me trajera mi mamá hace años no sobrevivieron ese paseo.
Los mamoncillos camboyanos (longans) son ambrosía. Comí todos los que pude.
Vi muchos papayos por todas partes pero en muy pocas me dieron papaya (literalmente, jojojo).
Hice berrinche por la piña en la comida de sal.
Hice todo tipo de chistes mentales pendejos con el nombre del plato nacional (amok).
Comí cocodrilo en grill camboyano.
Muy pobre Camboya, incluso para estándares colombianos. Ni mierda de industria nacional (aparte de la de cerveza, que patrocinamos generosamente) ni de clase media. Corrupta a podrir. El gobierno dió en concesión privada la zona turística de Angkor. 3 millones de visitantes a U$40 la entrada da U$120 millones que van derecho a las arcas del consorcio privado que lo administra. Curioso es que todos los templos son mantenidos con ayuda de gobiernos extranjeros, ninguno por la administración. Los dueños del consorcio son chinos íntimos amigos del presidente. Este mismo consorcio hizo un casino como de mafiosos en la mitad de un parque nacional, bellísimo. Aterra pensar que toda una generación de gente pila (los estudiados, los intelectuales, los líderes) que debiera estar ahora gobernando fue borrada por el Khmer rojo y eso se nota. Pnom-Pehn tiene su lado bestia. La gente es simpática, los alemanes quedaron matados. Yo también pero no tanto. Me impresionó su tara de querer tener la piel blanca, semejantes morochos bajo semejante sol.
Climita de mierda, qué fea esa sensación de estar todo el tiempo hasta con los calzones húmedos de sudor y que la ropa lavada no se seque jamás.
Con K., mi compañera de viaje, seguimos siendo parceras, este viaje fue prueba superada. Cosa que no era obvia: su rayón es precisamente que le dan una jartera enorme los grupos de desconocidos y justo y va y nos mete ahí, ella fue quien sugirió ese paseo en esa agencia! Al final se integró hasta más que yo, pero los primeros 4 días no pudo dormir por mucho que traté de convencerla de que se relajara y disfrutara.
sábado, 15 de febrero de 2014
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