jueves, 13 de febrero de 2014

Una vecina mala gente

La vecina octogenaria ya se convirtió en nonagenaria.  Después de 6 años de indiferencia vecinal mía, ella se empeña en que seamos buenas vecinas.  Nunca ha dejado de insistir en hacer de mí la vecina que ella sueña, pero hasta ahora me había quedado muy cómodo hacerme la loca porque siempre lo hacía regañándome y reprochándome.  No olvidar que su apartamento apesta a bar de mala muerte por su fumadera, la escalera queda apestando a lo mismo cuando ella abre su puerta.  [Dato:  fumar no necesariamente mata, vean este ejemplo].  Y no es que esté íngrima sola:  el hijo viene a verla los domingos y entre semana, también tiene una amiga que la visita (me doy cuenta cuando la visitante deja su rollator -en inglés "walking frame" y en español no encuentro- junto a la puerta del edificio) y consiguió chantajear al vecino cubano para que vaya a verla arrojándose a llorar a sus brazos cuando él le abrió la puerta una vez que ella fue a pedirle que la visitara.  Eso me lo contó él cuando nos encontramos alguna vez en el sótano, también haciéndole publicidad a la señora: "Tu deberíah también ir a verla".

Pero la señora cambió su approach la semana pasada.  Llegó el lunes muy decente a invitarme a su casa. Con mucho esfuerzo para no desviar la mirada al cielo asentí ir a verla y jugar parqués (el nombre alemán del parqués es divertido, se llama "no te enojes"), pero ese lunes mismo no podía, todavía me faltaba hablar con mi mamá por Skype.  Todo el resto de la semana llegué tarde.  El viernes llegué a eso de las 19:30, cansada y con ganas de tomarme una cervecita que había comprado, nada más para que doña vecina llegara inmediatamente a tocar a la puerta (no he querido cambiarle la pila al timbre de arriba -es un ridículo timbre de pila!!- precisamente para no tener que oír los timbrazos de la señora en cuestión).  Renegué en buen español y no abrí.  Mis eventuales propósitos de ir a hacerle una visitica corta se fueron al cuerno.

Maldita vieja, consiguió hacerme sentir mala gente, pero mi vana rebeldía es tanta que prefiero mis remordimientos a tener que ir a verla.

Adenda:  La buena señora no se cansa de insistir. La he pillado tocando a la puerta una que otra vez desde el ojo mágico. También hemos tenido (a junio de 2014) otros dos encontrones. El primero, en el cual no sé por qué cuernos abrí la puerta, comenzó ella con su perorata "usted quedó que iba a venir a verme", "vea que yo tan sola", etc. Cuando puso cara de cordero degollado, no encontré otra que decir "qué pena, no tengo tiempo" y tirarle la puerta en la cara.  El segundo fue el fin de semana pasado, yo llegaba cargando mi canasta de botellas de agua y ella me esperaba con su puerta de par en par (de lo que puede darse cuenta cualquier cristiano que llega al edificio por la peste tabacalera que sale de su apartamento). "Ah, ahí está ella, a quien no le interesa lo que nos pase a nosotros las personas viejas...". Yo me metí a mi casa diciendo algo así como "Buen día a usted también", cerré mi puerta y eché llave -cosa que hago siempre desde que azotara la puerta el otro día y la desajustara-.  El quid del asunto en esta ocasión es que el vecino cubano, que está de su lado, fue testigo.  No sé si la vecina nonagenaria deje de joderme, pero lo que sí es cierto es que perdí todos afectos del vecino, que ya no me hace la charla como antes sino que apenas me da fríamente los buenos días cuando me lo encuentro.

Lo dicho, soy una vecina mala gente.

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