jueves, 22 de marzo de 2012
La tan insinuada escena Meg Ryan (1/2)
Mis ganas de comerme al mundo, para las que mi mes en Saarbrücken con una asesora personal para aquello de la bienvenida a Germania, un amante luxemburgués que tenía his own little garden e incursiones en solitario en Francia y en Völkslingen fue una decorosa entrada, me condujeron a un concierto de Morrisey una semana después de mi arribo a Hamburgo. Como pude encontré el sitio de venta de los tickets e hice la compra. Nunca he tenido problemas pidiendo mapas de una ciudad y que por favor rayen a dónde es que necesito ir. Además estaba viviendo a las puertas de Sankt Pauli, el red-light district legendario del puerto en Hamburgo, esa fue la bienvenida que me dio la ciudad. El escenario era un club de garaje al que jamás regresaría mientras viví allá, en una parte que ya no era central -sin ser tan lejana tampoco-. Cuando llegué a la salida de la estación no vacilé en preguntarle al gato que venía detrás mío que para dónde quedaba el sitio con la X en el mapa que me habían dado. Yo todas mis vueltas las hacía en inglés, por supuesto. Pas d'allemand. Así que cuando el gato me preguntó si no hablaba alemán, le dije que no, just english.... or spanish... ah bueno. El gato era un chileno que también se dirigía to the very same event. Llovía y creo que desde que le hice la pregunta inicial ya lo había cubierto con mi paraguas y seguimos caminando juntos bajo la lluvia. Vimos todo el concierto juntos, el chico conocía más canciones que yo. Durante el concierto Morrisey arrojó su camiseta al público y esta fue despedazada. Pablo (creo que se llamaba así) alcanzó a hacerse a un harapo y yo llegué a tener una fotografía con la reliquia, que era del mismo color de la camiseta que yo llevaba ese día. Me acompañó a mi casa de regreso, no sin antes haber tomado una cerveza en el Onkel Otto, el bar de okupas en Sankt Pauli, a la vuela de mi esquina. El paraguas de la primera escena se quedó allí olvidado para siempre. Pablo, un -según él- pituco santiagueño estudiado y bohemio atrapado en un trabajo en el correo y un matrimonio aburrido con bebé en Hamburgo, tuvo algún gesto galante y una invitación a otro bar en la zona (Molotov, a ese sí volvería), que acabó en un polvo triste de escasa significancia e indigna recordación y la posterior desaparición de escena de la protagonista.
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