Llegué jadeando a la máquina vendetiquetes, nada más para ver a un viejito empedernido pulsando combinaciones inútiles en la pantalla, mientras el minutero pasaba a las 18:59 (el tren a Colonia, cuyo tiquete yo quería comprar en la máquina, llegaba a las 19:05). Una señora me ofreció un tiquete que había comprado por error. Era justo el que yo necesitaba, así que accedí al trato. La señora se volteó y le dijo al viejito de la máquina "ve, mijo, ya apareció alguien que compra el tiquete". Yo mencioné que no sabía cómo usar mi tarjeta de cliente del ferrocarril para el trayecto, y señora vendedora dijo que otra tercera señora sí sabía, venga y le preguntamos. Tercera señora dice que se puede pero con la tarjeta cliente 50 y yo tengo la 25, así que ni modo. Cuarto participante sale de la nada, un joven oficinista apuesto, también se inmiscuye y aporta que también hay una opción si uno es viajero regular, que no es mi caso tampoco, apenas voy esta noche. OK, se disuelve el súbito coloquio sobre opciones baratas de llegar a Colonia, pero el jovencillo apuesto me queda sonando, yo lo he visto, así que me voy detrás suyo y lo interpelo con un "oiga, usted trabaja en H., cierto?" "sí, usted también? yo no la he visto..." "yo a usted sí.. yo estoy en la división tal" (es dato importante en la empresa, lo aprendí cuando nueva) "cómo es su nombre?" "X.X." "ah, yo si he visto su nombre en listas de correo, soy Y.Y., participé del proyecto tal"..... y bla, bla, teníamos conocidos en común, había estado alguna vez en auditoría a la empresa en Bogotá, ja, ja, jo, jo... Pillamos asientos vecinos en el tren, que llegó tarde. Vive en Colonia trabajando en Düsseldorf porque la compañera (ah, "emparejado") trabaja en Bonn, así que C. era buen compromiso, blabla... Mi charla lo había alejado de su BigMac a medio mordisquear, así que cuando nos sentamos se excusó y se dispuso a seguir comiendo. Yo aproveché entonces para sacar mi bolsito de cosméticos y comenzar a maquillarme al frente del apuesto contertulio. Cuando salgo el viernes por la noche voy con el tiempo ajustado y generalmente la maquillada queda para el trayecto. No iba a llegar como un moco carilavado a mi segundo rende-vouz del servicio este de internet que decidí pagar nada más por pena con un desconocido buen mozo con el que resultó haber una conversación muy animada acompañando su cena y mi arreglada. Al final nos aburrimos del ustedeo y nos despedimos tuteándonos.
No puedo quejarme de que #almost40 y todavía me sigan pasando escenas de película de Meg Ryan. Soy lovely.
Y a propo este recuerdo, ahora que Morrisey por fin va a Bogotá, aprovecho para chicanear de los dos conciertos de él que llevo a cuestas, en el 99 y en 2006. Gracias, Hamburgo.
Update de Julio / 2012: Por fin volví a encontrarme al jovencito del relato en alguna reunión de trabajo. Ya no tiene compañera: ahora tiene esposa, a juzgar por la argolla (brillada con Pomada Brasso, relucientísima) que llevaba puesta.
domingo, 4 de marzo de 2012
Extraños en un tren
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