Serán los años o lo emocionante que es mi barrio que de un tiempo para acá reparo en la población de pájaros que también son vecinos.
Están las golondrinas, flechitas aladas, que como dice la canción, sólo se ven en verano -también me asombró en su momento probar que el agua del mar es salada-. Cuando llega el atardecer comienza todo el mundo pajaril a canturrear. Gorriones de pecho amarillo, gorriones de pecho azul, gorriones cafés de cabeza roja. Andan en bandada y se ven tiernos por el tamaño, si fueran más grandes asustarían esos grupos. Las que más se escuchan son las mirlas, que más que cantar, parlotean. Les gusta pararse en un sitio especialmente prominente (la punta de un techo de tres aguas, la esquina del techo de un edificio, la rama más alta de un árbol alto) y de ahí echar sus discursos. Después de unas 3 estrofas hacen pausa, supongo que para escuchar la respuesta que les da otra mirla parada en otro lugar prominente, luego cantan otros tres párrafos, se detienen, y así.
Y están los que no cantan ni son bonitos ni se comen los mosquitos. Los de más clase, los cuervos, que se asoman muy esporádicamente. Las pobres urracas que parecen enchalecadas con su cuerpo blanco y el resto del cuerpo negro, con ese rabo enorme que no las deja ni mal caminar, con esos graznidos espantosos que no creo que ni a ellas mismas les guste. Y los tórtolos, que son más grandes que las palomas normales y tienden a sentarse en ramas delgadas que se doblan con su peso, emparejaditos, todo el día con su currucucú o correteando a los tórtolos intrusos.
Algún día de fin de semana me di cuenta de que mi balcón era parte del escenario en disputa de los tórtolos. Pobre balcón está abandonado a su suerte so pretexto de que el que ponía plantas allí y lo cuidaba se fue del apartamento y de mi vida. Supe de dónde era que salían semejantes cagajonazos que encontraba (ingenuamente llegué a pensar en la notable digestión de los gorriones). Lo peor fue que tener que asumir el rol de tórtolo y entrar a terciar en el asunto marcando mi territorio. Más de una vez tuve que salir al balcón a espantarlos. Recordé el tip de algún conocido y ahora el balcón a su descuido suma una bella decoración de tenedores de plástico puestos cabeza arriba en la baranda. (El resultado final me recordó esta dizque obra de arte que embellece una glorieta en Düsseldorf ). Desde entonces no he vuelto a encontrar cagajonazos.
Ojalá no me de por caminar dando salticos y reburujar el piso con el pico.
viernes, 8 de agosto de 2014
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